Los cuentos de hadas suelen plantear de modo breve y conciso un problema existencial. Esto permite al niño atacar los problemas en su forma esencial (Bettelheim).

Uno de los retos más importantes que enfrentamos como seres humanos, es el de encontrarle sentido a la vida. Para lograr dicho fin se necesitan numerosas experiencias que inician en la infancia y que, salvo contadas excepciones, son propiciadas por los padres de familia y el entorno cultural en el que estamos inmersos.

Como parte de esta herencia cultural, los relatos fantásticos nos ayudan a interpretar nuestra realidad y dar cierto orden al mundo que nos rodea. Por lo anterior, el cuento se presenta como uno de los ejes principales en la transmisión de valores, comprensión de conceptos abstractos e interiorización de experiencias aunque sea en forma vicaria. El cuento se caracteriza por tener cualidades arquetípicas y formas simbólicas que permiten al lector identificarse con los personajes e involucrarse afectivamente con ellos. Esta conexión ayuda a que los niños puedan superar sentimientos de aislamiento, rechazo o ansiedad.

Además de facilitar el crecimiento personal, la literatura es indispensable para desarrollar nuestra capacidad de codificar y decodificar signos y símbolos tanto verbales como no verbales, interiorizarlos y alcanzar un nivel de razonamiento que nos permita formular hipótesis y conclusiones propias; establecer la verdad o la falsedad que encierra una narración; ver implicaciones; entender los dilemas de los personajes, y prever consecuencias.

Cuando la ficción es realidad

A través del cuento, los procesos internos se hacen comprensibles gracias a los personajes y sus hazañas. Esta característica facilita cierta apertura a temas difíciles de abordar o que requieren tiempo de introspección.  Aunque el cuento no tiene que ver con la vida externa de las personas, se relaciona con sus dilemas, y, por lo tanto, logra sacarle provecho en tanto que la historia, sus referentes y significados, le ofrecen la comprensión que busca sobre sí mismo y los problemas que enfrenta. El hecho de que la historia sea ficticia no impide que la experiencia emocional sea real.  Una de las grandes bondades de la ficción es que, a través de ella, el niño puede experimentar: Los libros son lugares seguros que nos permiten desarrollar un nivel de conciencia superior. A pesar de que el lector se puede adentrar en las historias para resolver innumerables conflictos, sabe que saldrá con bien.

En el cuento, el mal, como sea que este se presente, deja ver su perjuicio, pero no hace daño.

Según Bettelheim, el niño familiarizado con los cuentos comprende que, aunque las historias son irreales, no son falsas. Así como Freud afirmó que el pensamiento es una exploración de posibilidades que evita todos los peligros inherentes a la experimentación real, la literatura explora acciones y consecuencias específicas, y juega con ideas que le ayudan al niño a comprenderse a sí mismo y a expresar lo que siente.

Leer para formar

El hecho de que los personajes y sus acciones sean ficticias, permite al niño explorar y debatir abiertamente temas en apariencia irrelevantes, pero que encierran doctrinas, valores y principios indispensables para su desarrollo tanto emocional como cognitivo. Las historias, aún siendo fantásticas, permiten un vasto conocimiento no solo de nuestra realidad, sino de la forma en que nos relacionamos con ella.

Después de todo, y a título personal, si nuestro objetivo no es teorizar, suele ser más fácil aprender sobre el mérito y la perseverancia leyendo Jane Eyre, que un tratado sobre estos temas cuya función, más que responder a la necesidad de introyectar valores, se relaciona con el estudio profundo, teórico o académico de dichos conceptos. ¿Qué mejor forma de aprender sobre el valor, la sensatez y la amistad, que leyendo el Sorprendente Mago de Oz? Después de todo, quién no aprendió los problemas que acarrea decir mentiras después de leer Pinocho.