¿Hubo una vez?
Una de las cosas que más disfruto de los cuentos clásicos, es ese tiempo indefinido en el que transcurren y al que, normalmente, nos adentramos por medio de la frase: había una vez.
Y es que “había una vez” nos da la certeza (no por su veracidad sino por lo que promete) de que hubo un tiempo imposible de situar, en el que algo completamente insospechado pasó, y que, pese a lo lejano, podría ser ahora.
El “érase una vez” propio del cuento inglés y francés, nos aleja de un instante preciso y nos cambia de plano para llevarnos, de un tiempo, a un espacio en el que, sabemos, las mentiras son la única verdad y los atajos terminan por ser el camino largo.
Si bien el objetivo de los inicios en el cuento es generar expectativa, también sirven para sugerir el tono de la historia. Por eso, y por ser inseparables, me parece imprescindible hablar de su contraparte: el esperado final.
Unas veces terribles y otras felices, parece que, hablando de cuentos de hadas, no hay consenso en lo que a un buen final se refiere.
En parte por los tiempos en que vivimos y en parte por la constante revisión a la que los grandes clásicos se han visto sujetos, hoy contamos con finales matizados, al tiempo que se hacen políticamente correctos y libres de estereotipos. No obstante la conveniencia de las adaptaciones consideradas como necesarias, debemos recordar la importancia de que los niños se puedan ver reflejados en el espejo de lo incorrecto, lo indeseable y, por lo tanto, lo inaceptable. Es aquí donde la literatura cobra una relevancia particular: el lector se puede adentrar en el mal y salir con bien.
Así que, sin caer en extremos que lleven a la pérdida de la esperanza o la cursilería, no juzguemos tan duramente los finales oscuros, ni, claro está, subestimemos la importancia de los finales felices. Estos, además de dar al niño la certeza de que más allá de todo mal, existe el bien, le ofrecen una realidad más que ilusa o conservadora, de un optimismo heroico.
Por eso, y por honrar aquello que honor merece, aquí algunos de los inicios y coletillas que, al margen del tono de sus relatos, han enmarcado cientos de cuentos alrededor del mundo.
- Había una vez…
- Érase que se era…
- Hace mucho tiempo…
- En un país lejano…
- En un lugar al otro lado del mundo…
- En el país de irás y no volverás…
- Érase una vez como mentira que es…
- Allá, en los tiempos del gran rey…
- Aquel que lo vio, corrió y lo contó…
- … colorín colorado este cuento se ha acabado.
- … el cuento se ha acabó, pues ya no puedo mentir más.
- … y vivieron felices y comieron perdices.
- … zapatito roto, cuéntame otro.
- … y el cuento se lo llevó el viento.
- …y colorado colorín este cuento llegó a su fin.
- … esto es verdad y no miento, como me lo contaron lo cuento.
- … así se cuenta y se vuelve a contar, este cuentecito de nunca acabar.
- … del cielo cayeron tres manzanas: una para mí, otra para el narrador y otra para la persona que lo contó.
A título personal…
y a pesar de mi predilección por los finales oscuros, nada me consuela más que un final feliz. Por eso, y en pro del equilibrio literario, les dejo una reflexión de J.C. Cooper: Si bien muchos cuentos acaban en boda, muchos más empiezan con una muerte.